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El fenómeno más notable
de los años 90, es la nueva generación de cineastas que con mucho
ímpetu conquistó las pantallas de cine. Se formaron en las dos
escuelas de cine más importantes, el CUEC (de la Universidad Autónoma
de México), y el CCC (del Instituto Mexicano de Cinematografía),
o hicieron sus primeras experiencias en la televisión comercial, algunos
incluso con telenovelas.
Nicolás Echevarría
proviene del cine documental etnológico y rodó con Cabeza de Vaca
(1991) el filme de debut más excitante de los primeros años noventa.
En su fresco histórico sobre la época de la conquista española,
crea mundos de imágenes grotescas a partir del choque entre el chamanismo
indígena y el racionalismo europeo.
Mostrar la ambivalencia de
la vida moderna en la ciudad en medio de una sociedad anclada en tradiciones
y estructuras familiares rígidas, es tema central para muchos realizadores
jóvenes. Francisco Athié, por ejemplo, no encuentra ningún
sector íntegro en la sociedad de su película de debut Lolo (1992),
sólo explotación mutua, corrupción y terror.
Hugo Rodríguez, en su
primer largometraje En medio de la nada (1993) descubre nuevas perspectivas
en el antiquísimo sujeto fílmico de la toma de rehenes y lo vierte
en una obra de teatro íntimo, psicológico, sobre la solidaridad
humana frente a la violencia ciega. Uno de los estrenos más insólitos
de los años 90 corresponde a Carlos Marcovich con ¿Quién
diablos es Juliette? (1997), donde nos relata una de estas historias que escribió
la realidad y que al mismo tiempo son ficción.
Roberto Sneider realizó
en Dos crímenes (1995) una adaptación fílmica de una conocida
novela de Jorge Ibargüengoitia, demostrando con ello su excepcional talento
para el espinoso género de la comedia, en la cual logra darle el tratamiento
sutil que se merece un argumento literario.
Perfectamente, un novato puede
lograr un éxito comercial y puede para ello elegir caminos muy variados.
Prueba de esta aseveración son Antonio Serrano con Sexo, pudor y lágrimas
(1998) y Alejandro González Iñárritu con Amores perros
(2000). Serrano juega con los clichés de la película pornográfica
logrando mediante este recurso el éxito taquillero de los 90. Por su
parte, González Iñárritu muestra cómo la violencia
corrompe las capas sociales y cómo la crueldad de las condiciones de
vida puede ser expresada en un lenguaje formidable y, a la vez, angustioso de
imágenes.
En los años 90, las
mujeres se consagraron definitivamente como realizadoras en el cine mexicano,
algo que sólo una década antes no era nada natural. Su representante
más importante es María Novaro. El roadmovie Sin dejar huella
(2000) se convirtió para ella en una aventura fílmica y en un
viaje de exploración de la propia identidad.
Incluso películas políticamente
explosivas como La ley de Herodes (1999) de Luis Estrada encuentran hoy día
su chance. Cofinanciada por el Instituto Mexicano de Cinematografía IMCINE
trata la corrupción, usurpación del poder y doble moral de políticos
mexicanos. Hace un par de años una sátira política de esta
naturaleza hubiera fracasado ante la omnipotencia del partido gubernamental
de la época, el PRI.
Peter B. Schumann
Una programación
de la Asociación Amigos de la Cinemateca Alemana en colaboración
con IMCINE y la Casa de las Culturas del Mundo.
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